El universo no es solo un lugar, sino un gesto. No explica, insinúa. Habla en el lenguaje de la expansión y el silencio, de la materia que nace y muere sin pedir testigos. Su naturaleza no se mide, se intuye: en la curvatura de una galaxia, en el pulso de una estrella, en el latido humano que se pregunta de dónde viene.
Quizás lo más honesto frente al universo no sea comprenderlo, sino participar en su movimiento: aceptar que somos un fragmento de su misterio, una chispa breve dentro de su aliento infinito.
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